Las Vegas, Nevada.
La puerta del ascensor se abrió en la planta catorce del hotel Bellagio y entró Olivia Nash. Las otras seis personas que había en el interior se acomodaron para hacerle sitio. Ella lo agradeció con un susurro, sin fijarse realmente en nadie. Se concentró en la canción de Nat King Cole que sonaba a través del hilo musical y clavó la mirada en la pantalla digital que indicaba los pisos por los que iban pasando. Trece. Doce. Once. Notó entonces la vibración de su móvil y lo sacó del bolso.
Detrás de ella estaba Kurt Donahue, con la espalda apoyada en la pared y los brazos cruzados sobre el pecho. En cuanto la vio entrar, frunció el ceño como si no pudiera creer que fuese ella y trató de observarla a través de los espejos que cubrían de arriba abajo las paredes. Vio su perfil derecho y su perfil izquierdo. Con la mandíbula en tensión, ojeó la indumentaria femenina: pantalón pitillo de color negro, amplio jersey granate oscuro y botas militares. Llevaba una media melena rubia y lisa, ni rastro de su largo cabello ni de aquellos rizos que solía hacerse con unas tenacillas que había comprado por internet cuando aún estaban casados y que le habían costado una pequeña fortuna. Aquella mujer era y, al mismo tiempo, no era Olivia Nash. Kurt volvió a apoyar la espalda en la pared, con el ceño aún fruncido. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero.
La gente fue descendiendo poco a poco en las diferentes plantas hasta que ambos quedaron solos. Olivia no se había dado cuenta de su presencia, estaba muy cerca de la puerta y Kurt, justo detrás. Continuaba hablando por el móvil.
—Claro que te echo de menos… Sí, estoy deseando verte. Yo también te quiero, mi amor. Ciao.
Guardó el teléfono en el pequeño bolso negro que llevaba cruzado. Kurt esbozó una de sus deslumbrantes sonrisas cínicas justo antes de apretar el botón para detener el ascensor. Sabía que a esas horas de la mañana no habría demasiado trasiego de clientes y podrían permanecer unos minutos en esa intimidad del ascensor suspendido.
—Hola Olivia —su voz sonó ronca, profunda.
La joven se dio la vuelta y cuando vio a Kurt, sus ojos se agrandaron por la sorpresa y pareció contener la respiración. Hubo un segundo de duda, no porque no lo reconociera (lo reconocería en cualquier parte), sino porque no acababa de creerse que estuviera allí. Tardó unos instantes en decir nada. Observó los cambios que aquellos años habían operado en él. Estaba más atractivo que nunca, con el pelo negro y la piel morena heredada de sus antepasados armenios. Sus ojos seguían siendo las mismas brasas incandescentes de siempre. Ahora llevaba una barba bien recortada y eso lo hacía parecer sexy y lobuno. Las entrañas se le estremecieron al verlo tan cerca. Observó su ropa, tan casual como siempre: pantalón vaquero gastado, unas viejas Converse rojas y una camiseta negra de Nirvana. Era un bombón listo para ser devorado.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Olivia a bocajarro, sin un saludo ni una pregunta amable para saber cómo se encontraba su ex marido. Estaba tan pasmada que no podía pensar con claridad. La última vez que lo vio, el día de la firma del divorcio, no cruzaron ni una sola palabra.
—Lo mismo que tú, supongo. Venir a la despedida de solteros de mi hermano y Lilian —su profundo acento sureño hizo que algo vibrara muy dentro de ella, a pesar de que lo conocía suficientemente bien como para saber que aquella sonrisa suya no vaticinaba nada bueno. Estaba de mal humor, aunque lo disimulara, y a buen seguro ese mal humor tenía mucho que ver con que ella estuviese allí.
—No me refiero a lo que haces en Las Vegas, sino a lo que haces en el Bellagio. Imaginé que te hospedarías en el Diamond—explicó.
Kurt, al escucharla, alzó una ceja y estudió con detenimiento su rostro, que había perdido hasta el último rasgo infantil que alguna vez tuviera. Recordó su cara de niña cuando dormía y un puñetazo de nostalgia se estrelló contra su estómago. Ahora Olivia parecía un hermoso ángel del infierno, con el eyeliner negro enmarcando sus impresionantes ojos claros. Nadie podía decir de ella que tenía un rostro infantil. Ya no.
—¿En el hotel Diamond, yo? —se encogió de hombros—. Ese es tu territorio, nena, no el mío —arrastró las palabras con desgana.
«¡Oh, joder!», pensó Olivia. «Si vuelve a llamarme nena, me temblarán las piernas». Mil recuerdos acudieron a su mente en ese instante. Recuerdos de Kurt susurrándole al oído: «Córrete ahora, nena, por favor»o «¿Sabes, nena, esta tarde he sido incapaz de hacer nada coherente en el trabajo. Sólo podía pensar en ti, así que ven aquí y dame mi recompensa». También otra clase de recuerdos más tiernos: domingos por la mañana comiendo tostadas en la cama y llenando las sábanas de migas de pan o tardes soleadas a orillas del lago improvisando un picnic. Eran imágenes demasiado dolorosas. Finalmente sus rodillas temblaron y algo se arremolinó debajo de su ombligo. Las lágrimas le escocían en los ojos, deseando salir, y se asustó al comprobar que él aún podía afectarla tanto, pero nada en sus gestos hizo pensar a Kurt que estaba conmovida por tenerlo enfrente.
—El Diamond no es territorio de nadie. Yo no veto personas ni lugares. No soy una Corleone —le dijo. Él no borraba aquella maldita sonrisa de su rostro. Su mirada era perezosa, como si acabara de despertarse y aún no se hubiese tomado un buen café.
—No, no eres una Corleone, más bien eres una especie de Lisbeth Salander. Por Dios, ¿qué demonios te ha pasado? Pareces sacada de las páginas de la trilogía Millenium—podría pensarse que había preocupación en su pregunta si no fuera por su sonrisa cínica.
—La vida, eso es lo que me ha pasado. Alicia en el País de las Maravillas creció y se transformó en Morticia Adams.
Él sonrió al escucharla decir esto, mientras pensaba que poco o nada tenía que ver con el personaje de La familia Adams que acababa de nombrar. Tampoco podía decirse que su estética fuese gótica, ni mucho menos, pero era ciertamente chocante verla vestida de colores oscuros, cuando siempre le habían gustado los tonos luminosos, y que su maquillaje discreto se hubiera transformado en un kohlnegro que daba a su aspecto una apariencia rabiosamente salvaje y sexy. Kurt se sintió incómodo por haberse quedado tanto tiempo mirándola.
—Lo extraño no es que yo no esté en el Diamond. Lo extraño es que no estés tú. Lenora sigue siendo tu mejor amiga, ¿no? —le preguntó. No sabía absolutamente nada de Olivia, no permitía que nadie la nombrara siquiera en su presencia, de modo que ella podría haber cambiado de amistades sin que él se enterase.
—Sí, sigue siéndolo, pero imaginé que tú te quedarías allí y…
Kurt sacó las manos de los bolsillos, dio un paso hacia ella y cruzó los brazos sobre el pecho apoyándose con un hombro contra la pared del ascensor. Sus músculos eran más definidos de lo que ella recordaba. Sus bíceps y sus pectorales destacaban en aquella postura haciendo que se le secara la boca.
—Ya, claro… Viniste aquí para no verme —emitió una breve risa. ¡Qué bien le quedaba aquella maldita barba de pirata!
—No es eso —dijo ella, saliendo del laberinto de sensaciones en el que acababa de perderse y con impaciencia repentina, volvía a colocarse la máscara de hielo que llevaba puesta casi de manera constante desde hacía unos años—. Sé que no te hace gracia encontrarte conmigo, pero este fin de semana no te queda más remedio. Trataré de imponerte mi presencia lo menos posible.
Sin darse cuenta comenzó a jugar nerviosamente con la cremallera del bolso, pero se corrigió de inmediato, obligándose a permanecer impasible, como si todo aquello no la afectara. Deseaba salir huyendo de allí y, al mismo tiempo, no quería que el ascensor reanudara su marcha nunca.
—Vaya, los años te han vuelto muy considerada —el propio tono de su voz y la sonrisa demostraban que se estaba burlando de ella—. Considerada y cariñosa… La conversación telefónica que has mantenido con tu novio fue muy reveladora.
—Sí, pero es que se lo merece —le respondió Olivia, muy seria. Se mordió la lengua para no recordarle que ella siempre había sido cariñosa, en especial con él—. Ah, y no es novio, sino novia.
La cara de Kurt al escucharla fue un poema. La sonrisa desapareció de su rostro de inmediato y ella pensó: «Por fin se te bajan los humos, engreído».
—Es una chica, sí. Ahora me van las chicas… Tiene cinco años y se llama Kim. Estoy absolutamente loca por ella.
—¿Kim? —dijo él con el ceño fruncido y aún sorprendido.
—Sí, es mi ahijada. La hija de Nina.
Olivia sabía que de todas sus primas, Nina era quien mejor se había llevado con Kurt.
—Vaya, me alegro de que haya formado una familia —parecía sincero.
—Todas mis primas han formado ya una familia, excepto Lilian, pero ella se casará pronto con tu hermano, así que…
Olivia pensó también en el pequeño Nicky, un bebé de cinco meses hijo de Jessica, y en Lauren y Annie, las gemelas de tres años hijas de Pamela. Su familia había aumentado considerablemente durante los últimos años. Adoraba a todos sus sobrinos. Así los llamaba: sobrinos. Ellos la llamaban tía Liv.
—¿Has formado una familia tú? —le preguntó, mirándola de arriba abajo con lentitud, como años atrás. Lo que no sabía es que ella no era ya ninguna muchachita inocente que se ruborizaba con facilidad.
—Sí —el tono femenino fue seco y de nuevo vio aquella expresión de sorpresa en el rostro masculino. ¡Bien, volvía a descolocarlo!—. Mis niños se llaman Pancho y Anabelle y si tuvieran menos pelo, todo sería más fácil. Tendría que utilizar menos la aspiradora.
—¿Gatos? —le preguntó, con una sonrisa socarrona. Ella asintió—. Vaya, veo que los años también te han convertido en una persona muy graciosa: tu novia de cinco años, tus hijos peludos,… ¿No hay ningún hombre? —la miró con una intensidad que la hizo estremecer y la espalda femenina se irguió.
—No te importa —fue su escueta respuesta.
—Eso significa que no lo hay. No me extraña —murmuró, con un tono de suficiencia en la voz que la impactó. Olivia se puso a la defensiva.
—¿A qué te refieres?
—Joder, sabes a qué me refiero. Nunca sabes lo que quieres, te quejas por todo y eso harta a cualquiera, nena —ahí estaba otra vez aquella maldita palabra estremeciéndola por dentro: «Nena».
Lo miró boquiabierta durante unos segundos. ¿Cómo pudo ser tan tonta de pensar que él haría una tregua durante el fin de semana en La Vegas por el bien de Hank y Lilian, para que en su despedida de solteros no hubiera tensión?
—Pero bueno, ¿y tú qué coño sabes cómo soy? Hace siete años que no nos vemos y me consta que les has prohibido a nuestros amigos que te cuenten cosas sobre mí. Entonces, ¿qué demonios sabes, dime? —estaba furiosa. Pulsó el botón del ascensor para que éste reanudara su marcha hacia la planta baja. El rostro de él no cambió de expresión, pero utilizó otra táctica.
—Tienes razón, lo siento. Seamos civilizados —sonrió—. Vamos, te invito a tomar algo y nos contamos cómo nos ha ido. Han pasado demasiados años y es hora de enterrar el hacha de guerra.
Lo miró indecisa. No acababa de creerlo, pero quería intentarlo. No podían seguir ignorándose eternamente, ni tampoco podían continuar con aquella actitud infantil y beligerante.
—¿Estás hablando en serio? —el ceño de ella seguía fruncido, pero siempre había sentido que le debía algo. Comprendía el resentimiento de Kurt y por eso le daba esa oportunidad. Quería compensarlo, de algún modo, por todo el dolor que le había causado.
—Hablo completamente en serio.
El ascensor llegó a su destino y sus puertas se abrieron.
—De acuerdo, entonces tomemos algo.
Salieron juntos hacia el hall y entraron en la cafetería del hotel. Estaba decorada de forma lujosa y decadente, con apliques dorados en las paredes y un papel oscuro que hacía que siempre pareciera de noche. No eran más que las seis y media de la mañana y los camareros aún se movían con la pasmosa tranquilidad de los que saben que el día va a ser largo y duro y no deben comenzar tan pronto a gastar sus energías. Olivia siguió a Kurt hasta una mesa un poco apartada y se sentaron. Cruzó las piernas y colocó el pequeño bolso en el respaldo de su taburete. Era consciente de cómo la miraba y se preguntaba qué estaría viendo. La encontraría muy distinta, eso era evidente, pero ¿menos atractiva? Hubiera dado cualquier cosa por conocer sus pensamientos.
El camarero se acercó a ellos y les tomó el pedido. Ambos pidieron café. Cuando volvieron a estar solos, él la miró con curiosidad y de nuevo apareció aquella sonrisa burlona.
—¿Un café, Olivia? Creí que no tomabas nada menos fuerte que un tequila.
Ella alzó una ceja, sorprendida, y cuando el camarero depositó las tazas humeantes en la mesa, le preguntó:
—¿Tiene tequila?
—Sí —le respondió, extrañado.
—Tráigame uno doble y hágalo rápido, por favor, que tengo prisa —miró a Kurt con una sonrisa cínica—. Para qué voy a disimular y hacerme la modosita si ya me tienes calada, ¿no es cierto? Tómate tú mi café.
Kurt no dijo ni una sola palabra. Parecía furioso y la miraba como si quisiera fulminarla. El camarero trajo el vaso con el tequila y ella se lo bebió de un trago, sin sal ni limón, sintiendo que le quemaba la garganta, desacostumbrada al alcohol de semejante gradación. Acto seguido, se levantó del taburete en el que estaba sentada y se despidió de él.
—Me ha encantado tener esta charla. Gracias por el tequila.
Lo miraba desde arriba. Kurt aún seguía sentado y no había movido ni un solo músculo de la cara. Tampoco dijo nada. Olivia dio media vuelta y salió de la cafetería.
Su intención, al bajar a recepción, era comprar el periódico y eso fue lo que hizo. Cuando volvió a estar frente a las puertas del ascensor, ya con Las Vegas Sun bajo el brazo, vio cómo una sombra se cernía sobre ella y supo que era Kurt, pero no giró la cabeza ni dijo nada. Entraron juntos al ascensor y ella apretó el botón de la planta catorce. Él simplemente se colocó a su espalda. Sentía su mirada fija en ella y eso la ponía nerviosa. Cuando llegó a su planta, salió con la tarjeta magnética en la mano y se dirigió a la habitación. Kurt la siguió. Trató de ignorarlo todo lo que pudo, pero de repente se detuvo y se volvió hacia él, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para mantenerse serena y que no notara que estaba a punto de estallar.
—¿Se puede saber qué haces? ¿Pretendes entrar conmigo? —le dijo, mientras sujetaba el periódico debajo del brazo y aplacaba su deseo de darle con él en la cabeza a su ex marido.
—¡Menos mal que me hablas! —se pasó teatralmente una mano por la frente como si se sintiera aliviado—. Estaba comenzando a creer que era invisible.
—Déjate de tonterías y dime qué quieres.
—Se supone que íbamos a ponernos al día y…
—¡Y ya nos hemos puesto al día! —lo interrumpió—. Sigo siendo la misma niñata inmadura de siempre, la que nunca sabe lo que quiere ni hace nada por sí misma. Salgo mucho por las noches, bebo más de la cuenta… En fin, esa es mi vida. ¡Ya lo sabes todo, así que adiós!
—No me has preguntado qué ha ocurrido en mi vida —le dijo con suavidad. Había apoyado el hombro contra la pared, al lado de la puerta de la habitación de Olivia. Un mechón negro caía sobre su frente. Se tiró un poco de la barba con la mano mientras hablaba y a ella le pareció el gesto más erótico del mundo. Aun estando enfadada con él, no podía librarse del magnetismo que siempre había ejercido sobre ella.
—No hace falta, Kurt, soy capaz de imaginarlo sin que me lo cuentes —sonrió y había cierta tristeza en su mirada—. Lo haces todo bien siempre y a la primera. Nunca te equivocas. Jamás dudas. Seguro que ya has logrado ascender a detective y que trabajas en alguna de las comisarías más prestigiosas de Miami. Te habrás comprado una bonita casa familiar con jardín y garaje para dos coches en algún barrio tranquilo de clase media, elegante aunque sin estridencias. Tendrás una novia guapa y encantadora que te hace feliz, porque después de nuestro fracaso seguro que aprendiste bien la lección y sabes de qué clase de mujeres huir como de la peste… ¿Verdad que no me equivoco en nada?
Él no emitió ni un solo sonido. Su mirada era indescifrable para ella, que siguió adelante contándole una mentira.
—No te creas que este periódico es para leerlo, ya sabes que siempre he sido una lerda a la que no le importa lo que ocurre en el mundo. Mi ligue de anoche ha tenido que dejarme a su perro y como no me gusta sacarlo tan temprano, voy a hacer un apaño.
Olivia imaginaba que Kurt recordaría los tiempos en los que ella se negaba a madrugar para sacar a Big, su gran danés, y era él quien debía despertarse una hora más temprano para sacarlo antes de ir al trabajo.
—Por cierto —dijo ella, cambiando el tono de voz—, ¿qué tal está Big?
—Se escapó hace un par de años —mintió Kurt. La respuesta de él fue tan lacónica, tan brutal, que Olivia palideció de la impresión. Sabía lo que aquel perro significaba para él.
—Lo siento —dijo, triste.
—Sí, estoy seguro de ello —él dio a entender que no creía que de verdad lo sintiera—. Nos vemos esta noche en la fiesta. Espero que no te desmadres a lo grande. Recuerda que los protagonistas son Hank y Lilian, no tú.
Dio media vuelta y se dirigió hacia el ascensor. Ella entró en su habitación con ganas de romper algo.
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