(...) Al final Asdrúbal se enteró de todo y durante un tiempo ni siquiera era capaz de mirarme a la cara, hasta que por fin un dÃa llegó al piso de estudiantes que compartÃa con mi hermana y allà no habÃa nadie más que yo. Con una furia que no le conocÃa, porque jamás lo habÃa visto asÃ, cerró dando un portazo y me aprisionó contra la pared, apoyando sus manos a uno y otro lado de mi cabeza. Alcé las cejas de forma interrogativa, un poco asombrada de su actitud y sin saber a qué venÃa aquello.
—¿No te da vergüenza que ese pedazo de mierda de Tito te haya tocado? Porque eso es Tito, un pedazo de mierda como ser humano. No le importas un carajo y si le importaras, no iba a tratarte con más respeto del que trata a su novia del pueblo, esa pobre cornuda que está totalmente engañada. Un tÃo como Tito te puede pegar un millón de enfermedades venéreas.
—¿Pero de qué vas, idiota? —fue lo único que se me ocurrió decirle—. Vete a ocuparte de tu amiguita Greta y a mà déjame en paz.
—¿Dejarte en paz? ¡Y una mierda! Si me entero de que ese mamarracho te pone otro dedo encima, acabo en la comisarÃa detenido porque lo mato, ¿me entiendes? ¡Lo mato!
—¿Estás loco o qué? —le dije, tratando de desembarazarme de él sin lograrlo, pues me sujetó por los hombros contra la pared.
—¿Te dije algo cuando me enteré de que te acostabas con ese surfista de pacotilla? No, porque él estaba loco por ti y te trataba como una reina y me gustara la situación o no, tuve que callarme. Pero esto, lo de Tito… ¡No pienso permitirlo! Y el hecho de que tú lo permitas me decepciona tanto…
—¿Te digo yo con quién puedes acostarte? Aquel verano, cuando trajiste a San Juan a esa chica tan boba que se quemó la cara por tomar demasiado el sol… ¿Te dije que parecÃa mentira que te acostaras con alguien tan descerebrado? No, no te dije nada. Haz con tu vida lo que te plazca y yo haré lo mismo con la mÃa. Ya tengo un hermano, Asdrúbal, y a él le importa un pimiento con quién me acuesto, asà que no voy a permitir que tú…
—¡¿Un hermano?! ¿Eso es lo que crees que hago, velar por ti como lo harÃa un hermano?
—Oye, mira, no me interesa seguir hablando de este tema, ¿sabes? —hice el gesto de salir de la cárcel improvisaba que sus brazos formaban con la pared y que me tenÃan prisionera.
—No te vas a ir a ninguna parte sin escucharme antes —me dijo.
—¿En serio? Me gustarÃa ver cómo logras que no me vaya —lo reté, mientras me desembarazaba de él y lo dejaba solo en mi casa. SabÃa que no iba a obligarme a permanecer allà a la fuerza. Asdrúbal no es de esos tipos avasalladores.
—Tengo algo que decirte, maldita sea, vuelve aquà ahora mismo —me ordenó.
—No me interesa nada de lo que tengas que decirme. ¡Nada! Vete a la mierda. Te crees Don Perfecto, pero la cagas más que yo. Ninguna de las chicas con las que te has liado te llegaban a la suela del zapato, ¿y te atreves a echarme a mà cosas en cara? Púdrete, Asdru. Me tienes harta.
—Ven acá, peque. Tenemos que hablar, en serio —suavizó su tono y todo mi cuerpo tembló. Que me llamara «peque» me desarmaba. Me llamó asà el primer dÃa que nos conocimos, en el rellano de la escalera. «Oye, peque, ¿eres mi vecina de enfrente, no?». Pero nada iba a hacerme desistir de mi empeño de escapar de su mirada acusadora.